El pequeño Albert

A principios del sigo pasado, la psicología estadounidense se emancipó respecto de otras escuelas europeas, especialmente de la alemana. Los psicólogos norteamericanos ya no estaban interesados en estudiar lo que pensaban las personas, sino que volcaron sus esfuerzos en analizar la conducta, considerando que tal conducta era un factor objetivo y medible en términos científicos.

El padre de la psicología conductista fue John B. Watson. Según él, estudiando el comportamiento de los animales podría llegarse a conclusiones muy interesantes respecto al propio ser humano. En 1913 publicó un artículo que sería considerado como el texto que sentó las bases de la psicología conductista en el siglo XX: ‘Psychology as the Behaviorist Views It’ (Puntos de vista sobre la Psicología Conductista).

Sin embargo, los experimentos del profesor Watson no eran siempre bien recibidos por el público, pues a veces no se limitaba al uso de animales para llevarlos a cabo. En ocasiones, utilizaba seres humanos. El niño conocido como el pequeño Albert fue uno de esos ejemplos.

En colaboración con Rosalie Rayner, Watson se propuso validar su teoría del ‘condicionamiento del miedo’ con un niño de apenas un año de edad, que pasaría a la historia con el nombre de El pequeño Albert. Watson y Rayner querían probar cómo las teorías clásicas del condicionamiento (descubiertas por Pávlov gracias, entre otras ayudas, a su famoso perro), funcionarían también en la reacción de pánico de un niño ante un animal, en este caso una rata.

Se eligió a Albert porque era un niño especialmente tranquilo, estable mentalmente y poco asustadizo. Al contrario que otros niños de su edad, no mostró ninguna reacción de miedo ante la rata blanca que pusieron ante sus ojos.

Según las notas de Watson y Rayner de 1920, los fines del experimento eran solventar una serie de preguntas: si es posible condicionar a un niño a que coja miedo a un animal si éste se le presenta simultáneamente acompañado de algo que resulte desagradable al pequeño, pero ajeno al animal (por ejemplo, ruido); si después de ello, el miedo se proyecta en otros objetos o animales que recuerden al primero; y por último, cuánto durarían los efectos en el caso de que se produjesen.

Albert no tenía miedo de los animales ni de las personas, pero tenía una debilidad: le molestaban los ruidos fuertes. A Albert le mostraron de nuevo la rata, a la que ya empezaba a ver como una especie de mascota, pero esta vez resonó un sonido desagradable tras él. En cada nueva sesión, alguien detrás de él hacía resonar con fuerza un objeto metálico. Cada vez que aparecía la rata, el golpe metálico y desagradable detrás de los oídos del pequeño Albert volvía a producirse.

Y así, una y otra vez… hasta que el pequeño Albert no sólo cogió pánico a la rata, sino a otros animales y objetos con pelo tales como perros, guantes o abrigos de piel que se le presentaban en silencio. El experimento tuvo que zanjarse precipitadamente antes de alcanzar las fases finales que Watson y Rayner tenían previstas.

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