El proceso de culpa o sentimiento de culpa es definido por la psicología como la sensación de haber hecho algo malo, de haber ocasionado daño a los demás, o de ser mala persona. También está relacionado con haber infringido alguna ley, un principio ético o moral, y esto puede remitirse a situaciones reales o también imaginarias, lo que ocasiona un malestar generalizado y continuo.
En muchas situaciones cotidianas, este proceso de culpa puede estar bien justificado, refiriéndonos a que en realidad somos culpables de haber obrado indebidamente o mal. La importancia de saber reconocer esto estriba en poder darnos cuenta de la falla, actuar en pos de subsanarla y no autocastigarnos de más cuando la situación no lo amerita.
La psicología lo que intenta hacer es poder lograr que las personas sepan dosificar ese sentimiento de culpa, haciéndose cargo de su accionar, pero también analizando otras variantes y aristas del problema surgido.
Muchas veces consideramos que nuestro accionar no es el correcto basándonos en mandatos internos que nos fueron inculcados. Lo que llamamos ética o moral radica justamente en esos mandatos que nos fueron impuestos, sobre lo que está bien y lo que está mal hacer. Sobre cómo debemos actuar, pensar y regirnos frente a determinadas situaciones y momentos.
Si bien la ética “regula” nuestro accionar, haciendo que obremos de la manera “correcta”, muchas veces nos despoja de nuestra posibilidad de analizar libremente lo que tenemos en frente. La forma más “sana” de poder afrontar una situación crítica, sería signándonos por nuestros pensamientos y sentimientos, los cuales deberían estar lo más apegados a los mandatos éticos que nos enseñaron.
La culpa, pues, aparece cuando nos enfrentamos al juzgamiento externo. Este proceso también puede ser interno, pero siempre estará ligado al “qué dirán” si hacemos tal o cual cosa.
No proponemos aquí erradicar todo sentimiento de culpa porque eso tampoco sería sano, pero sí no ahondar en demasía en él debido a que nos paraliza y no nos deja avanzar para solucionar el problema surgido.
Una buena manera de abordar este problema es verbalizándolo. Ya sea con un profesional en el cuidado de la salud mental o con un allegado, ser querido o persona de nuestra confianza, hacer latente lo que nos pasa, lo que sucedió y lo que sentimos a partir de ello, nos facilitará atravesar ese camino del proceso de culpa de una manera más liviana y sin tener que soportar una carga tan pesada.
Hay que ser conscientes que muchas veces se puede actuar por desesperación, o guiados por nuestros impulsos. Lo cual lleva en general a situaciones adversas que pocos beneficios nos traerán a nosotros mismos y a quienes nos rodean.
Por ello es de vital importancia ser personas pensantes, racionales y sentimentalmente saludables, para no tener que caer en los impulsos y no deber así un arrepentimiento que nos puede causar mucho daño, y por supuesto, gran perjuicio para los demás.
La realidad es que el sentimiento o proceso de culpa es algo intrínseco de los seres humanos, que deberemos aprender a controlar en pos de ser cada día mejores personas.