¿Pueden estas cuatro preguntas cambiar tu vida?

¿Pueden estas cuatro preguntas cambiar tu vida?
Cómo la escritora Caitlin Flanagan cambió su vida con estas cuatro preguntas

En sus momentos más oscuros, Byron Katie – ahora una guía espiritual para millones – descubrió que la vida no es ni la mitad de dolorosa de cómo lo hacemos nosotros. Con la ayuda de cuatro simples preguntas, ella le mostró a Caitlin Flanagan cómo dejar de sufrir y empezar a ver las cosas como son en realidad.

En el verano de 2008, me diagnosticaron recurrencia metastásica del cáncer de mama que pensé que vería durante los últimos cinco años previos, cuando estaba en una relativamente risible fase III. Oí al médico decir «hígado», oí decir al doctor decir «pulmón», y ambas palabras sonaban tan parecidas a la muerte que por un tiempo no pude oír nada más. Cuando fui a la quimioterapia, no llevé fotos de mis dos hijos pequeños como hice durante la primera vez que pasé por esto. No podía soportar mirarles a la cara cuando les estaba fallando. Fue un verano de oscuridad y terror.

Y entonces un día, sin razón aparente, se me ocurrió que en vez de seguir sentada en la cama calva y llorosa, tal vez debería tratar de animarme. Era una idea tan loca, decidí llevarla a cabo. Contando con recursos limitados en ese momento – un control remoto de TV, una computadora portátil, y una lata de Ensure (suplemento nutritivo) lo que hice fue ponerme un parche, viendo Oprah.com.

Me encontré con tres videos de Oprah entrevistando a una mujer de 60 y pico años, con pelo blanco corto, extraordinarios ojos color violeta, una calma hipnotizadora y de modales benévolos, y el extraño nombre de Byron Katie. A la edad de 43 años, Katie, como la llaman, tuvo una realización sobre la importancia de vivir en la realidad del momento presente que cambió su vida. Todos los sufrimientos que suceden en nuestras mentes, le dijo a Oprah, no son la realidad. Es sólo una historia con la que nos torturamos.

La última cosa que un paciente de cáncer con tumores en el hígado quiere escuchar es que su sufrimiento sólo existe en su mente. Pero Katie tenía otra cosa que ofrecer también, o así decía: un sistema simple, totalmente replicable para deshacerse de los pensamientos que nos hacen sufrir. «Todas las guerras pertenecen a un papel», dijo a Oprah y a continuación, explicó cómo ir a la batalla: Escribes cada uno y todos los pensamientos estresantes, y luego te haces cuatro preguntas al respecto.

¿Es verdad?

¿Puedo estar absolutamente seguro de que es verdad?

¿Cómo reacciono cuando creo este pensamiento?

¿Quién sería yo sin el pensamiento?

Después, cuando has luchado y tirado por tierra por completo al pensamiento, lo sustituyes con una “inversión” – un pensamiento opuesto, que es «tan verdadero o más verdadero», y que no te causa sufrimiento.

Tomé mi diario y me puse a trabajar. Casi de inmediato sentí un cambio, era como si, al menos por unos momentos, mis problemas empezaron a suavizarse. Sí, era cierto que había sido diagnosticada con cáncer en fase IV. Por otro lado, si me presionas un poco – ¿podía saber con absoluta certeza que tenía cáncer? – Tuve que admitir que no lo podía sabía. Después de todo, estaba en medio de la quimioterapia – y todo lo que sabía, era que estaba funcionando perfectamente. El pensamiento de que tenía cáncer me hizo sentir aterrorizada e inmovilizada. Sin el pensamiento, yo era libre – Era simplemente yo, sentada en mi cama con las ventanas abiertas, completamente viva y disfrutando de la brisa.

Llegué muy lejos aquel primer día o dos, haciendo las preguntas, haciéndoles seguimiento con la inversión y sintiéndome mejor cada vez que lo hacía, pero tuve el presentimiento de que iba a obtener sólo eso por mí cuenta. Había algo que se me escapaba que ni siquiera podía identificar, menos cuestionar. Y allí fue cuando las cosas se pusieron un poco locas, porque después de ver lo mucho que había cambiado mi estado de ánimo, simplemente escribiendo algunas preguntas y respuestas, parecía que el siguiente paso – la única cosa a hacer– era sentarme con Byron Katie y hablar con ella en persona.

La mañana en que la vida de Byron Katie cambió en un centro de rehabilitación en Los Angeles.

Byron Kathleen Reid se crió en Barstow, California y sus alrededores, en el árido desierto 100 millas al noreste de Los Angeles. La ciudad es famosa sobre todo por ser un lugar de paso en tu camino hacia y desde otro lugar, principalmente de la Ciudad del Pecado. («Estábamos en alguna parte alrededor de Barstow en el borde del desierto cuando las drogas comenzaron a afianzarse» es la famosa primera frase del libro de Hunter Thompson Miedo y Asco en Las Vegas.) El padre de Katie fue un ingeniero de ferrocarriles, su familia se mudó de aquí para allá entre Barstow y Needles, y su infancia fue normal. Cuando Katie, una bonita chica de California intelectualmente poco curiosa de pelo aleonado – llegó a Flagstaff para asistir a la Universidad del Norte de Arizona en 1960, no tenía un ardiente deseo de dejar su huella académica.

Ella se enamoró, se retiró antes del final del primer año, y se casó con su novio. Tuvieron tres hijos, pero no funcionó la unión, y se divorciaron. Tres años más tarde, Katie entró en otro mal matrimonio. Una vez más atrapada en Barstow, comenzó a hundirse en un pozo de adicciones, ira, comida en exceso y miseria que la llevaron a pensamientos casi constantes de suicidio. Ella estaba, al parecer de manera permanente, en el infierno.

En 1986, sin opciones para saber qué hacer consigo misma, Katie hizo que su marido la llevara a una casa de rehabilitación en Los Angeles, donde los otros residentes estaban tan aterrorizados de sus arrebatos de furia y enojo que se negaron a compartir una habitación con ella, insistiendo en que durmiera sola en el ático.

Su autoestima era tan baja que no creía que merecía dormir en una cama, optó en su lugar por dormir en el suelo, y fue allí, acurrucada en un ático, llena de soledad y confusión – que Katie fue a dormir una noche, a horas de distancia de lo que sería su despertar.

Si alguna vez has tenido la experiencia de despertar en una habitación desconocida, cuando, durante unos segundos de desorientación, no puedes reconocer dónde o incluso quién eres, entonces sabes lo que le ocurrió a Katie la siguiente mañana – con una excepción. Para ella, el sentido del «yo» no hizo clic de vuelta de manera inmediata. Los datos no se cargaron. Tal vez fue una circunstancia neurológica, tal vez fue iluminación, pero una cosa es cierta: El peso de su propia identidad se fue.

Una cucaracha se arrastró por su pie esa mañana en la casa de rehabilitación, y ella se despertó – o, como ella dice, un tanto confusa – «eso» se despertó. No “eso», como en la cucaracha; “eso” como en la conciencia pura dentro de su propia cabeza. Katie tenía la sensación de ver el mundo a través de ojos totalmente neutros, sin ninguna de sus propias historias pasadas.

«Solo había conciencia, ninguna historia. Eso – esa pura y comprometida conciencia – nunca había visto nada antes. Eso nunca había nacido antes». «Me di cuenta», dice ella, «que la mente proyecta el mundo entero».

Lo que ella quiere decir: Está la realidad, y luego está la película que tu mente proyecta sobre esa realidad. Está el vestido, y está la película que te dice cómo te ves con el vestido. Tu mente proyecta la película que te dice que estás a punto de ser despedido o que has arruinado una amistad o que no tienes ningún sentido del gusto.

Aquella mañana, en el ático de la casa de rehabilitación, Katie se dio cuenta de que todos tenemos total permiso para caminar hacia el proyector de películas y tirar del enchufe de la pared. «Hay dos maneras de vivir tu vida», dice. «Una es estresada, la otro no lo es. Una lastima, la otra no lo hace. De cualquier forma, la estás viviendo. Mira, si estás teniendo una pesadilla, ¿no quieres despertar? Eso es lo que estoy invitando a la gente a hacer: despertar a la realidad. «

«Todo el mundo quería saber lo que ella había hecho para volverse tan dichosa repentinamente, tan capaz de vivir el momento y abrazar la vida»

La gente en Barstow notó la transformación tan pronto como Katie volvió a casa. Todo el mundo quería saber lo que había hecho para volverse tan dichosa repentinamente, tan capaz de vivir el momento y abrazar la vida. Fuera lo que fuese, ellos querían un poco de eso también. Así que Katie empezó a hablar de las cuatro preguntas que ella se hacía cuando tenía un problema – y esas conversaciones fueron la semilla de lo que eventualmente se convertiría en un imperio. Ella comenzó a invitar a gente a pasar tiempo con ella para que pudieran observar su forma de vida, y pronto, pequeños grupos de estudiantes se reunían en su casa. Después de que ella fue invitada a hablar ante una reunión de psicólogos en el área de Berkeley, los grupos pequeños se convirtieron en crecientes multitudes de seguidores, en los seminarios dedicados a lo que llegó a ser conocido como El Trabajo de Byron Katie, el aparentemente simple y tremendamente exitoso método para lidiar con el dolor emocional de la vida basado en sus cuatro preguntitas.

En servicio a El Trabajo, que ahora ya ha sido adoptado por millones, Katie, a los 67, sigue un horario que tumbaría a la mayoría de personas con la mitad de su edad. («Una vez que te deshaces de todos los pensamientos estresantes, hay tanta energía», dice.) Ella viaja por el mundo enseñando y hablando acerca de El Trabajo (de aquí a octubre estará en Nueva York, los Países Bajos, Inglaterra, Alemania, y Massachusetts). Escribe libros sobre El Trabajo que son best–sellers (seis hasta el momento: el primero, Amar lo que es, publicado en 2002, ha sido traducido a 28 idiomas). Debido a que ella encuentra El Trabajo tan bien adaptado a mejorar el proceso de rehabilitación de los 12– pasos, ella lleva a cabo un programa residencial de 28 días llamado Turnaround House (que atiende a adictos y cualquier persona con «conductas autodestructivas muy enraizadas»). Ella hace interminables sesiones sin costo, en particular en las prisiones. Y no se cansa de hacer frente a un público que parece sentir que ella le debe esa clase de bondad amorosa que la mayoría de nosotros reservamos para nuestros allegados – una asunción que sucede que la misma Katie comparte completamente.

Aunque Katie cobra una tarifa para las consultas personales, su sitio web incluye todos los materiales necesarios para hacer El Trabajo, de forma gratuita. También cuenta con videos que la muestran a ella guiando a gente a través de El Trabajo. A veces los problemas de estas personas son tan graves y sus deseos tan quejumbrosos que sus preguntas, aunque hechas de la manera más suave y persuasiva, pueden parecer crueles. ¿Es eso verdad?» ella sigue punzando a hombres y mujeres que han admitido un hecho tormentoso sobre sus vidas. «¿Es eso verdad?» Sin embargo, invariablemente, con la ayuda de Katie, estas personas parecen encontrar que su carga de pronto, casi milagrosamente se va.

Y es por eso que, hace casi dos años, estando yo misma en necesidad de un milagro, me encontré conduciendo a la casa de Byron Katie en el país el caballo de Ojai, California, cerca de una hora y media al noroeste de mi casa en Los Angeles. Fui con un amigo, y nos tomó un buen tiempo hasta la costa. El día tenía un aire de inevitabilidad, incluso de magia. (Cuando tienes 46 y tienes cáncer y gritas «¡viaje por carretera!» cada diez minutos de camino a ver a un gurú, es fácil dejarte llevar.) Luego llegamos a la blanca casa situada en un vasto Eliseo de huertos y jardines y protegido por una gran puerta de hierro forjado – una casa construida en un estilo que podría llamarse un rancho de California sin pretensiones, pero a una escala tal que su garaje para cuatro coches no parecía grande – y la extrañeza de lo que yo había puesto en marcha me golpeó.

Mientras esperaba a Katie en el vestíbulo barrido, lleno de luz después de que su marido me hizo pasar (su cariñoso tercer marido, Stephen Mitchell, un escritor de best–sellers y traductor), no pude evitar pensar: «Así que he llegado a esto: Las drogas no funcionaron, y ahora estoy viendo a una especie de curandera». Una muy acomodada curandera con un tema con el blanco. Dondequiera que miraba, veía blanco. No como la gran luz blanca que se supone que ves al final, pero el blanco que todo el mundo te advierte de no comprar en muebles ni alfombras, porque se ensuciarán. Pero este no estaba sucio, estaba radiante. Ventanas, luz, belleza.

«Yo simplemente me senté allí, y seguí sentada allí y seguí sentada allí – y luego mi mente hizo Bum como no puedes creer: me di cuenta de que Katie había dado en el clavo».

Y entonces – allí estaba ella, acercándose hacia mí, sonriendo. El video no mintió: Sus ojos realmente eran del violeta de Elizabeth Taylor. Ella vestía la ropa de Hielen Fisher de la manera en que fueron hechas para ser usadas (en deferencia a la realidad física, en celebración a la sensualidad de la mujer mayor). A pesar de que nunca nos habíamos conocido, su sonrisa me hizo sentir como si ella hubiera estado esperando siempre volverme a ver. «¡Hola, cariño!» – dijo, y me abrazó. Yo no soy un amante de los abrazos, pero me dejé llevar, agachando la cabeza tímidamente y sonriendo al suelo.

La seguí por un largo pasillo blanco hasta una sala de estar al lado de su dormitorio, y acepté un vaso de agua fría, y entonces le dije lo que me estaba pasando. O más bien, leí en voz alta el manifiesto del sufrimiento que había escrito anticipando este momento. Leí acerca de tener cáncer, y cómo yo tenía dos hijos pequeños que me necesitaban, y por qué mi diagnóstico en particular era muy malo, y cómo la quimioterapia era agotadora, y lo muy asustada que estaba yo, sin tener idea de si el tratamiento iba a funcionar, y cómo odiaba estar calva, y seguí y seguí y seguí.
Cuando finalmente le di la oportunidad de hablar, me imaginé que iba a tratar de hacerme sentir menos asustada sobre mi pronóstico, o convencerme de que aun cuando estuviera calva podía sentirme bella. En su lugar, totalmente fuera de contexto, dijo, «Tus hijos te necesitan. ¿Es eso verdad?»

La miré como si estuviera fuera de su maldita mente. «¡Sí!» Le dije. «¡Tienen 9 años de edad! ¡Son niños pequeños! ¡Acaban de terminar el cuarto grado!»

A lo que ella dijo, muy tranquila, «Uh– huh. Tus hijos te necesitan, ¿es verdad?»

Ahora me estaba enojado. Quería salir de allí, pero le dije: «¡Sí, es verdad! ¡Mis hijos obviamente me necesitan¡», ¡usted extraña y excéntrica señora, cuyo cheque voy a cancelar en el segundo que salga de aquí!

Y ella respondió con la misma impasibilidad, como si estuviera preguntando dónde había comprado mi suéter, «¿Dónde están ahora?»

«Ellos están con su papá,» le dije. «Mi marido».

En ese momento un rayo diminuto de luz se encendió en mi cabeza, pero yo tenía tanta resistencia a notar ese rayo porque de ninguna manera iba yo a ir por allí. Luego dijo, tan plácida como podía ser, «¿Él es bueno con los chicos?»

Por supuesto, cogí el anzuelo: «Oh, sí, él es el mejor papá del mundo, y hace tanto con ellos, y los tres de ellos tienen una gran relación, no te puedes imaginar. Él debería convertirse en el papá del año».

Y simplemente como si fuera un hecho, dijo, «Tus hijos te necesitan. ¿Es eso verdad?»

Me quedé allí sentada y seguí sentada allí y seguí sentada allí, y luego mi mente hizo bum como no puedes creer: me di cuenta de que Katie había dado en el clavo.

No era el cáncer o la quimioterapia, o la calvicie que me mantenía en el infierno – era el terror de pensar que si yo no lo supero, mis hijos tampoco. Pero ellos lo harán. ¡Ellos lo harán! Si en realidad, yo no lo supero, mis hijos estarían bien. Su padre se haría cargo de ellos. Y todos nuestros parientes. Y todos en la iglesia. Estarían bien. Ellos pueden y lo harán sin mí, si tienen que hacerlo.

”Así es, cariño», dijo Katie simplemente cuando yo solté todo esto. «Que narcisista pensar que ellos no podrían vivir si tú no vives».

Ella había encontrado el pensamiento que yo no había tenido el coraje de mirar por mi cuenta – el pensamiento era tan inmenso y temible, ni siquiera pude verlo. Ella lo había encontrado, no porque ella me conocía mejor de lo que yo misma me conocía, pero porque ella se sentó conmigo y me escuchó. Ella estaba presente. Ella estaba en el momento – que es exactamente donde El Trabajo me ha permitido mantenerme (disfrutando de mi vida, mi marido, mis hijos, en lugar de ir a la deriva en un mar de miedo existencial). Y si tú hubieras estado ese día de verano sentado en el jardín fuera de la ventana abierta de Byron Katie, escuchando primero mi miedo y luego mi sorpresa y luego mi confusión y luego mi enojo, también habrías escuchado, por último, mi risa, todo gracias a la pregunta que por el momento ha cambiado mi vida.

«Oh, querida, ¿es verdad?»

Escrito por: Caitlin Flanagan
Traducido al español por: Sandra Iozzelli
www.sandraiozzelli.com
Fuente: publicado en la revista
The Oprah Magazine (mayo 2010) en la edición especial por su décimo aniversario.

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