Lobotomías con alcohol y picahielos

Hasta 1967, los pacientes aquejados de trastornos psiquiátricos corrían el riesgo de sufrir la escalofriante terapia de la lobotomía. Fue durante ese año cuando se practicó la última, al menos la última llevada a cabo al amparo de la ley. Con los nuevos psicofármacos la lobotomía pasó a la historia, apareciendo más tarde como detalle escabroso en algunas películas.

Hay galardonados con el Premios Nobel que, actualmente no sólo no lo recibirían, sino que a buen seguro serían reprendidos por profesionales y ciudadanos informados. Ese podría ser el caso del doctor António Egas Moniz, un médico psiquiatra portugués, Nobel de Medicina en 1949, que recibió el galardón por sus trabajos sobre la lobotomía (y no por su contribución al perfeccionamiento de la valiosa angiografía cerebral, técnica que se utiliza actualmente). El procedimiento básico de Moniz consistía en la realización de una complicada intervención en la cual se introducía en el córtex prefrontal del paciente elevadas dosis de alcohol. Sabido es que el alcohol mata las neuronas. Y esto es exactamente lo que deseaba el doctor portugués. Sin duda lo consiguió, aunque sus pacientes no sólo perdieron sus deseos de suicidarse, sus fobias, psicosis o agresividad. Muchos de ellos se convirtieron en algo parecido a zombies.

La película de terror Session 9 se ambienta en un viejo psiquiátrico. En ella, uno de los personajes habla de la época en que se llevaban a cabo lobotomías con punzones o picahielos. Lo que contaba era real. La llamada lobotomía transorbital era la versión más escalofriante de los tres tipos de lobotomías que se realizaban en aquella época. Se trataba de una intervención en la que se insertaba un objeto filoso, igual a un picahielos, entre el globo del ojo y el párpado superior del paciente, para luego hundirlo con un golpe seco hasta el lóbulo frontal y removerlo con el fin de ‘anular las zonas indeseadas del cerebro’.

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