Al entrar a jugar en el juego del amor o de las relaciones afectivas, ya hemos visto que es importante tener en cuenta, en primer lugar, cuál es el propio concepto del amor para poder estar atento a cuál es el de la otra persona, que no siempre tiene que coincidir con el que tengamos nosotros. Cuando se entra en una relación únicamente desde la perspectiva propia, las probabilidades de equivocarse aumentan exponencialmente.
En este artículo le presentamos varios modelos de amor, para que decida o identifique cuál es el que ya ha vivido y no quiere volver a vivir, cuál le gustaría tener a partir de ahora, o cuál ha sido el que ha marcado su vida afectiva, para bien o para mal.
Existen relaciones en las que se entra con toda la buena voluntad de ambas partes pensando que se trata de amor verdadero, y sin embargo, a menudo nos llevan a adquirir compromisos por la razón equivocada. Una de esas razones suele ser la elección de pareja atendiendo únicamente a la belleza externa, asumiendo que el resto de características positivas de la personalidad van unidas a ella.
En Psicología esto se conoce como “efecto halo”, por el cual atribuimos, a partir de una sola cualidad, un conjunto de cualidades generales, tanto positivas como negativas. A medida que desaparece esa belleza aparece proporcionalmente el desencanto, a no ser que existan otras razones que nos vinculen a esa persona.
Otra manera de confundirse en el amor es adquiriendo demasiado pronto compromisos que deberían sellarse en un estado más avanzado de la relación, cuando ya se conoce a la pareja y se está seguro de que se quiere seguir adelante con ella.
Además, comprometerse demasiado pronto tiene la desventaja de que, si es Ud. una persona de palabra, le acabe resultando prácticamente imposible desdecirse de lo prometido, y entre en relaciones con fecha temprana de caducidad, pero con permanencia indefinida, a no ser que el destino o la casualidad colaboran un poco.
La frustración que aparece en ambos casos produce un estado de confusión profunda porque las relaciones iniciadas resultan no ser finalmente amores, sino grandes errores, que son consecuencia directa de una selección por las razones equivocadas.
Hay también amores que surgen casi imperceptiblemente, con una cadencia rítmica, sin prisa pero sin pausa, de manera equilibrada y sana. Son personas que se conocen, se atraen, se compenetran, se dan un tiempo prudencial, se comprometen, y son felices de forma natural y espontánea, con un amor rítmico, enriquecedor y no carente de pasión.
Un concepto que nos gustaría ayudar a cambiar es aquel referido a que el amor hace daño. Por contraste respecto a los amores de calidad, las relaciones que surgen basadas en la impetuosidad, en la ambigüedad, en la interpretación errónea de sentimientos o en la manipulación por alguna de las partes, difícilmente pueden llamarse amor.
Nos resulta familiar ese amor que surge de un momento de irrefrenable atracción, dirigido más por la pasión que por la razón, y en el que se cree por momentos rozar el éxtasis.
Así, con la misma rapidez que surge la pasión, aparecen también los malentendidos, las paradas bruscas, la estupefacción ante la retirada de uno de ellos, el dolor que produce la ruptura de una ilusión, y la decepción cuando la realidad nos muestra una relación imposible construida sobre el desconocimiento de la otra persona.
El dolor se hace todavía más profundo cuando empezamos a justificar conductas injustificables, que quiebran nuestros valores más sólidos y hace que se inicie una lenta agonía que nada tiene que ver con el amor.
Se trata de amores impulsivos basados en expectativas irreales y en promesas vacías o de difícil realización, que pronto se precipitan en forma de desamor.
Las personas imprudentes, como suele ser habitual, son incapaces de responsabilizarse de las consecuencias de sus actos, de sus promesas y de sus palabras. Éstas buscan el perdón con un falso arrepentimiento y con una justificación torpe de sus reacciones, ahondando más en las heridas provocadas, y pretendiendo salir indemnes de lo que ellas mismos han provocado.
El amor con mayúsculas, que para todos los incrédulos podemos asegurarles que existe, queda reservado a aquéllos que saben controlar sus enfados, que saben dar opiniones y respetarlas, que expresan sus afectos sin atosigar, que consideran los sentimientos ajenos, que miden sus palabras de manera que puedan decir su verdad sin ofender, que son capaces de aprender de sus errores, reflexionar y, lo más importante, enmendar los daños producidos por su conducta.
Se trata de personas imperfectas, ignorantes y, por qué no, ingenuas, pero que son capaces de una conducta que refleja una elevada categoría personal y, cuyo objetivo principal, es el bienestar y la felicidad de la persona amada en lugar de perseguir solo la propia satisfacción, incluso si ello supone la renuncia a la relación.
Se trata de personas ávidas de aprender a amar con elegancia de espíritu, donde el trabajo individual de remodelación de la belleza interior facilita sin duda la experiencia vital, pasional y cotidiana de amar y sentirse amado. Mas información: seducción
Via: mujer.terra.es