La pregunta es fundamental. De ella depende el gozo o la frustración con que vivamos, o el impulso vital que nos moviliza en nuestros trabajos, oficios o profesiones.
Existe una historia medieval de autor desconocido que ejemplifica esto…
En una ciudad, a unos hombres que labraban la piedra en una plaza, les preguntaron un día:
– Tú, ¿Que haces? –
– Estoy picando piedras – contesto el primer hombre sin levantar la vista.
– ¿Y tu? – Le preguntaron al segundo.
– Estoy trabajando – Contesto alicaído.
– ¿Y tu que haces? – Interrogaron al tercero.
– ¿Yo? – Dijo sonriendo con su rostro iluminado y la piedra entre sus manos
– ¿Yo? Estoy construyendo una catedral.
Veamos un poco este detalle y saquemos conclusiones:
Nuestro primer personaje dijo lo que estaba haciendo, pero en tono de reproche, de queja por su tarea, por eso resalta el hecho de que le desagrada lo que hace con su forma casi despectiva de contestar.
El siguiente individuo ya tomó otra actitud, aunque sea sutil, pero reconoció que era su trabajo y de allí su necesidad de hacerlo.
La diferencia con el último es notable; él sabe que su trabajo consiste en picar piedras pero no ve sólo el hecho en un sin sentido, sino todo lo contrario, revitaliza su labor y le da una mira a un futuro en el cual se implica al decir cuál es la obra por que trabaja.
Aquí esta el secreto más profundo para saber si la vida la vivimos nosotros gozosamente o si la amargura nos envuelve en lo que realizamos.
Lo mejor es disfrutar de la tarea que realizamos y no dejar de soñar, porque de sueños se construyen grandes realidades.