Conocernos mejor para amar mejor

Existen muchos tratados acerca de cómo llevar de una buena manera las relaciones de pareja. Desde las pautas orientales, pasando por las ceremonias africanas y los muchos libros del amor en nuestra cultura occidental, todos ellos apuntan a características básicas de cómo desplegar de mejor forma nuestros recursos conductuales y afectivos para que nuestra vida íntima sea exitosa.

Como seres humanos, poseemos un componente basal que compartimos con todos los mamíferos. Desde la estructura fisiológica hasta las conductas instintivas, todas ellas son transversales a las especies mamíferas y entonces el acto de comer, dormir, bostezar o asustarse puede apreciarse tanto en un gato como en una persona. El punto de distinción lo proporcionan los afectos: mientras en un perro el acto de amamantar a sus crías posee connotaciones instintivas, en los seres humanos este mismo acto conlleva toda una plataforma de emociones que, más allá de la cultura en la cual se produzca, se le asocia generalmente con un acto de amor.

Las relaciones de pareja, si bien poseen un componente instintivo, para que estas se desarrollen de manera saludable y armoniosa deben trabajarse desde el punto de vista actitudinal, conductual y afectivo casi en su totalidad. Esto es lo que nos distingue como seres humanos: nuestra capacidad de emocionarnos y entregar afectos. Porque, ¿acaso existe un gen que contenga toda la información necesaria acerca de cómo amar? Por supuesto que no, y es por ello que el éxito o fracaso de una relación de pareja tenga como referencia el plano conductual, las actitudes y las emociones que pueden o no desplegarse.

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