Una vez hemos conseguido acceder a un lugar de trabajo, nuestros esfuerzos se han de dirigir no sólo hacia un rendimiento óptimo en las tareas encomendadas, sino que también se han de adquirir y mantener unas buenas habilidades sociales, unas relaciones con nuestro entorno laboral que den un valor añadido a nuestros conocimientos y capacidad respecto a la profesión que ejercemos. Es necesario practicar una conducta asertiva, una conducta que no sea ni pasiva ni agresiva.
El trabajador pasivo es el que dice a todo que sí, sin defender ni expresar sus opiniones, necesidades y derechos tanto personales como profesionales. Una conducta pasiva deja tomar ventaja siempre a los demás, compañeros y superiores, los cuales se aprovechan imponiendo por norma su criterio. Dicha conducta provoca una carga emocional, disgusto e inevitablemente conflictos a largo plazo.
El trabajador agresivo es aquel que sí defiende y expresa sus deseos, opiniones y derechos, pero a través de una conducta hostil, reacciones exageradas de ira, peleas y amenazas. Una conducta agresiva no tiene respeto por los demás, y los compañeros tienen miedo y/o se alejan, lo cual lleva al trabajador agresivo a padecer sentimientos de culpa y aislamiento, entrando en un círculo de resentimiento y enfado difícil de romper.
Es necesario controlar la rabia para mejorar el ambiente laboral. Se tiende a acumular pequeños enfados ante la violación de nuestros propios derechos, por lo que surge la susceptibilidad y la descarga de cólera ante amenazas y provocaciones mínimas. Es más efectivo y adecuado solucionar los problemas que nos incomodan exponiéndolos con respeto a aquéllos que estén implicados.